Corazones pintados


Recuerdo un día de instituto, en esa etapa de la vida que roza la primera adolescencia, donde te empiezas a dar cuenta de otros significados de la palabra amor, más allá de la amistad y la familia.
Teníamos la costumbre de escribirnos notas en papelitos que nos pasábamos por debajo de las mesas, o intercambiarnos  las agendas y las carpetas para escribirnos mensajes, regalarnos dibujos desfigurados o corazones pintados. Como las “hojas de cambiar” que ya habíamos dejado atrás en la infancia,con sus olores afrutados, florales, de miel y almizcle.
El corazón ya se nos balanceaba y se nos erizaba la piel con miradas, nos atrevíamos a hablar del amor, y de las mariposas en la tripa. Hay quienes siguen creyendo en esos sueños de niños que alcanzamos a ver por el retrovisor de la vida.
Entonces, al final del día mi carpeta regresó con un mensaje que no olvidaré, un poema de amor triste que tiene tiempo, y que me gustaría reescribir en estas líneas, porque contiene más sentimientos que los que pueden albergar algunos corazones helados:
Ayer estuve en la horca,
con la sentencia leída.
Si te dejaba de querer,
me perdonaban la vida.
Y yo le dije al verdugo,
con mirada muy sensible:
“Tire de la cuerda amigo,
que olvidar es imposible”.

Desde entonces, no olvido el potencial de una emoción como puede ser el amor.
No le temas al amor, no le temas a la muerte, teme no vivir ahora que puedes.
El amor es una lucha, va más allá de la razón, de las dudas, de las palabras, de la distancia. 
El amor, querido valiente, si lo vives de verdad, pisa fuerte, deja huella y permanece siempre firme. 

Gocemos de cada momento de afecto, demos mucho amor, muchos besos, muchos abrazos, agarremos con fuerza, y si no se puede, abracemos el corazón con palabras, que pueden ser más enriquecedoras que los silencios ensordecedores de la distancia.








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