Tocando el Paraiso


Me ha visitado la suerte últimamente y  me ha tentado a palpar el paraíso. 
Allí he aprendido que no hay que esperar a que los sueños se cumplan, que se están cumpliendo cada día.
Este verano me ha enseñado a base de experiencias y no de palabras, y esta vez he logrado aprender algo importante, a vivir el momento.
Camina sin miedo y descubre, vive. 
Qué importa la foto, la cara, el pelo, si tienes sucias las rodillas o llevas la camiseta empapada de sudor. 


He escalado montañas rocosas, caminado kilómetros solo viviendo, no pensando las horas de sueño que necesitaba, el peso de la mochila que cargaba a la espalda, lo mucho que picaba el sol y los bichos o lo alto que estaba el precipicio. Solo amaba las vistas, la compañía, el aire puro del verde, el aquí y ahora.


He volado a 10.000 metros sobre el mar temblando de miedo no por la altura ni la posible caída, sino por el valor de un viaje que condicionaría una parte de mí. Pero al aterrizar olvidé todo, solamente disfrute de lo más parecido al paraíso. 
Olvidé que estaba rodeada de miradas y fui capaz de dejarme ver al desnudo, transparencia como las aguas de cristal que me arroparon; natural, como el rocío que se acostaba en las rocas de las calas. Desperté cada mañana con ansias de abrir las puertas, apresurada por embriagarme con bocanadas de aire fresco, exaltada por hundir los pies en la tierra y el mar, o volar con alas de mentira surcando las olas de isla.
He tocado límites de tierra, puntas de costas verdes bordeadas de viento que ha golpeado aire contra mis tímpanos y me ha despeinado hasta perder el sombrero. Me he mojado de sal la piel, la boca y los huesos, y me ha sabido dulce el mar. 
He abrazo aguas turmalinas hasta hundirme en besos eternos coronados de miradas profundas que han ahogado temores y escupidos risas.

He sido equilibrista sobre rocas, bosques, lagos, pozas, mares, y cielos estrellados donde he visto estrellas fugaces a las que pedir deseos que ya tenía cumplidos.
Me he sentido feliz al contemplar el borde del precipicio, con un pie fuera de él para caer al vacío y otro dentro de mi zona de confort; y he saltado  hasta aterrizar sobre un mar de nubes que me ha susurrado que la mayoría de las barreras son mentales, y que el paraíso, como la vida, es infinito siempre que sepas jugar bien las cartas y disfrutar del momento, porque lo único que acaba es el tiempo.

Este verano he tocado de cerca el paraíso. El magnetismo del verde de la naturaleza, la fuerza de la montaña, el azul turquesa del cielo y del mar, la pureza del aire, el despertar de los rayos dorados de sol, el anochecer de las Perseidas, correr sin razón ni destino, hundirme sin miedo en agua de cristal, saltar sobre hierba mojada, las caricias de nubes de algodón, las cosquillas de la arena ardiente; dormir con la piel llena de besos.
Me quedaría viviendo ahí, quizá lo haga, porque el auténtico alma del paraíso no está ahí fuera, está dentro de uno.

Sigo siendo la misma, pero renovada.
Y sí, el truco está en vivir el aquí y el ahora, sin importar lo que fue ni lo que vendrá. 
Gracias verano, te echaré de menos, pero tu esencia permanecerá en mí.






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